Historia de un divorcio. Las atenciones de Miguel a Nuria eran prácticamente inexistentes.
Múltiples y reiteradas disculpas eran protagonistas de su relación de pareja. 20 años de relación, y a los 10 tuvieron a su primera y única hija.
Nuria era una mujer con ciertas inseguridades, y ocupaba actualmente parte de su tiempo libre a atender a su padre, que estaba enfermo. Miguel era un hombre de pocas palabras y sin un rumbo vital.
Miguel vivía esa situación de Nuria como si nada pasara. Ella no podía compartir a penas su malestar con él, porque Miguel parecía no comprenderlo. Los nervios los tenía a flor de piel, y las palabras de Miguel tendían a ser poco consideradas.
Nuria encontró consuelo y refugio en una amiga de toda la vida. A ella podía explicarle su situación y su malestar y se sentía comprendida. Esta amiga pudo, en una ocasión, transmitirle que, aunque no la comprendiera, podía ser su apoyo de diferentes formas. Le sugirió que pudiera asumir tareas y responsabilidades que hasta ahora no eran “suyas”.
Así que a los días Nuria conversó con Miguel, quien, a pesar de escucharla y mostrarse sorprendentemente cariñoso, no hizo a penas más. Continuó día a día con su vida como hasta ahora, impasible a las necesidades de Nuria, quien cada vez sentía una mayor tristeza y decepción.
En un momento delicado de su vida, Nuria se encontraba sin recibir el apoyo de Miguel. Qué decir de sus gestos de cariño o afecto, de un abrazo. Nada.
Con el paso de los días, Nuria iba identificando que el amor que sentía por Miguel se iba apagando. Él en alguna ocasión parecía percibirlo e intentaba algún acercamiento que ella ya no deseaba. No se sentía cómoda en esas situaciones ya. Todo estaba pasándole factura.
Su padre enfermó grave y falleció. Miguel seguía como si nada pasara. Además, volvía con problemas de trabajo y cargaba a Nuria con más peso del que ella ya tenía. A falta de ser un apoyo, le generaba un mayor malestar.
Cada vez que se daba una situación desconsiderada, Nuria no salía de su asombro, uno que, junto al amor, cada vez era menor. Revisaba la relación y encontraba ausencia de Miguel cuando ella más apoyo necesitó de él.
Nuria se sentía desconcertada y se preguntaba si quería una pareja que no fuera su apoyo. Cada vez que se formulaba esta pregunta, un escalofrío le recorría todo su cuerpo. Tantos y tantos años de relación para darse cuenta ahora de que no le merecía la pena. Una rabia inmensa se apoderaba de ella, y cada vez se sentía más enfadada por todo.
Después de dejar pasar esas emociones intensas, pudo tomar una decisión. Entendió que no tenía sentido seguir con su matrimonio ante tanta indiferencia de Miguel. Además, había observado que esta indiferencia también era respecto a su hija en común, que se encontraba transitando también la muerte de su abuelito.
Nuria se divorció. Ya no cargaba con decepciones. Ya sabía que ahora se tenía a ella misma y que era capaz de superar sus crisis vitales sin la ayuda de un marido. Así que, aunque le costó recomponerse porque aún no había superado el fallecimiento de su padre, lo hizo.
Fueron unos meses duros. Su tristeza era grande y su rabia enorme. Llegó el día en que todo alcanzó el equilibrio, nuevamente. Y todo aquel proceso le ayudó a evolucionar, le ayudó a crecer.