Esta es la historia hasta el divorcio de Gabriel y Maite. Gabriel se sentía superior a Maite.
Sus ingresos eran notoriamente superiores y tenía una buena reputación en el barrio donde residían, junto a sus dos hijos.
Gabriel era un hombre ambicioso, y daba a la apariencia una importancia llamativa. Maite, desde el inicio de su maternidad, quedó a la sombra de Gabriel. Con unos ingresos inferiores a consecuencia de la dedicación y cuidado de sus dos hijos, cada vez se sentía peor.
Gabriel tenía mucha labia y se relacionaba con facilidad con cualquier persona, de manera que para él no suponía un problema alargar sus jornadas laborales compartiendo unas cañas con sus compañeros y compañeras de oficina.
Gabriel se quedaba hasta el final, y como se sentía en el derecho porque sus ingresos ascendían a una cantidad considerable, pensaba que no pasaba nada por estas ausencias.
Maite sentía cada vez una mayor insatisfacción. Su vida no estaba resultando significativa, y no había forma de echar para atrás y volver a organizar su vida familiar. Él no entendía a qué venía este cambio en Maite, y pensaba que era solo cosa suya. Le sugería que buscara ayuda psicológica para mejorar su estado de ánimo y que también hiciera deporte para liberar el estrés que pudiera cargar.
Pero Gabriel luego no estaba disponible para que Maite llevara acabo siquiera sus sugerencias. ¿Cómo iba a hacerlo sin su presencia, sin compartir, sin equilibrar?
Maite se hartó. Se hartó de andar con el coche para arriba y para abajo, de vivir con el tiempo encima sin sentir un ápice de apoyo y ayuda en todo lo relacionado con los hijos. Gabriel se había acomodado. Se había olvidado de cuidar su matrimonio y su familia. Se había perdido en él.
Así que ella le propuso el divorcio, de acuerdo a la vida que habían llevado hasta ahora y sirviéndose de lo vivido para plantear su propuesta.
Por momentos se sentía incapaz. Él, con su dinero y con lo mal que había recibido la noticia, podía conseguir lo que quisiera. A ojos de cualquiera, no era un mal padre. De hecho, en el barrio lo conocían también por jugar de vez en cuando con sus hijos y los amigos de ellos a fútbol.
Dichosa apariencia, pensaba Maite. Y le ardía el cuerpo por dentro. Finalmente, Gabriel, aunque en un inicio le advirtió de que la responsabilidad respecto a los niños iba a ser equitativa y le informó de que iba a ocuparse de contratar al mejor abogado de la provincia, después templó su postura. Hasta ahora había mantenido su propia vida, olvidándose prácticamente de la familiar… así que su vida iba a verse desmoronada pretendiendo ocuparse de lo que hasta ahora había descuidado.
Fueron unos meses difíciles. Maite tuvo que recurrir a Gabriel para solicitarle su presencia en algún momento en el que los niños reclamaban ver a su padre. En esto Gabriel supo estar a la altura, pese a que de manera puntual y por motivos laborales no pudo estar.
Gabriel se sentía libre y cómodo. Hacía algún plan en fin de semana con sus hijos, y las responsabilidades directas eran tan pocas, que a penas se había visto modificada su rutina y su forma de vida.
Maite ahora sabía a qué atenerse. Y el acuerdo económico le iba a conferir tranquilidad en ese sentido. Ahora solo debía centrarse en su propio bienestar. Su nueva vida empezaba.