Esta es la historia de Berta. Ella empezaba con ansiedad al atardecer. Cuando debía regresar a casa para preparar la cena para sus hijas y marido.
Cada día recurría a aperitivos salados para saciar y paliar las sensaciones que le invadían a última hora. Llevaba así mucho tiempo, y había aumentado mucho su peso. Tanto que había perdido agilidad para acompañar a sus hijas en sus juegos.
Se sentía fatal. A disgusto con su cuerpo, frustrada por su condición física y las limitaciones que tenía, y amargada por lo que se había convertido su vida.
Berta no podía ni sabía cómo salir de aquella rueda en la que había entrado.
Hablamos de su historia. Anhelaba lo que alguna vez tuvo con su ahora marido. Una persona alegre entonces, que con los años había hecho de su vida su trabajo. Coincidiendo con el nacimiento de su hija mayor, encontró su refugio en las horas extra. Esta situación no mejoró con el nacimiento de su segunda hija. Así que se convirtió en su día a día.
Berta asumía casi de forma íntegra el cuidado y la atención de sus hijas. Coincidían únicamente en el rato de la cena. Y, con frecuencia, el momento de la cena se tornaba desagradable.
Las niñas mostraban malestar o tenían alguna emoción intensa que su padre rechazaba, sin compasión ni empatía. Él empezaba con comentarios desafortunados y preguntaba de forma retórica cuándo iban a terminar esas actitudes, cuando la primera hija contaba ya con 6 años y la segunda con 4.
Berta se estresaba en esos momentos. La presencia de su marido solo perjudicaba. Ella, trataba de acompañar y de atender el malestar de sus hijas cuando lo expresaban, y él se limitaba a comentar, a veces con desprecio, el momento en el que se encontraban.
Así que, prácticamente, cada noche, Berta se acostaba con una enorme tristeza. No reconocía al hombre que convivía con ellas. Se había vuelto incomprensivo y egoísta.
Había recurrido a la ingesta sin freno de comida poco saludable para responder a la ansiedad que le generaba volver a casa y coincidir con su marido.
Tenía claro que no quería vivir cada día con esa tensión y esos momentos que él los hacía tan desagradables y carentes de amor. Quería vivir tranquila sin que nada ni nadie le robara su paz, menos aún cuando sus hijas más la necesitaban.
Berta comprendió de dónde provenía su ansiedad. Ella priorizó su salud. Y con ello, su felicidad. Berta planteó el divorcio a su marido. Él la creía incapaz. Ella siempre había estado para él, también. Ella siempre había perdonado y olvidado. Ella… tenía derecho a una nueva vida. Ella tenía derecho a decidir lo que no deseaba para ella.
El divorcio fue complejo. Él no le puso las cosas fáciles y se resistía a acordar ciertas cuestiones. Aquello llevó un trabajo hasta identificar las emociones que se apoderaban de sus decisiones, que solo buscaban hacer daño y complicar la consecución de esa nueva vida separados.
Berta supo equilibrar sus emociones y naturalizar lo que iba sintiendo. Superó el proceso de divorcio y salió de él como nueva. A pesar del cansancio que acumulaba. Había perdido peso desde el día en que comunicó a su marido su propuesta. Conocía que ya era cuestión de avanzar y de alcanzar su objetivo. Su malestar tenía un fin.
Berta recuperó su agilidad, su figura y su estado. Empezaba su nueva vida. Volvía a nacer.