Cristina llevaba 8 años de relación con Juan. Su solución estaba en un divorcio. Su relación empezó siendo de amistad, hasta que llegaron a intimar y convertirla en relación de pareja.
De su relación nacieron Miguel y Lucía.
Tanto Cristina como Juan tuvieron que dejar sus proyectos profesionales de lado para atender a lo que consideraban su prioridad, su hija y su hijo.
Cuando llegó el momento de retomar el ritmo de sus respectivos puestos de trabajo, algo que acordaron hacía unos años, se sentían sin fuerzas para hacerlo. En el fondo, ni Cristina quería recobrar su jornada completa ni Juan deseaba ser él quien se reincorporara al cien por cien.
Él disponía de cierto tiempo para sus actividades: practicaba su deporte, y hacía algún plan que otro con sus amigos.
Ella rara vez planeaba algo fuera del ámbito de su familia.
Así que, para Juan, volver al trabajo a tiempo completo iba a suponerle renunciar a la frecuencia con la que practicaba su deporte, y quizás también a la asiduidad con la que podía encontrarse con algún amigo.
Cristina, sin embargo, se sentía atrapada en el cuidado de Miguel y Lucía. Ella no aspiraba a la práctica de ningún deporte. En su caso, el dilema estaba en renunciar a compartir su tiempo con su hijo y su hija.
El enfoque de cada cual difería. Uno quería tiempo para él, y la otra quería seguir disponiendo de tiempo para su hija y su hijo.
Cierto día, Cristina dirigió su mirada a un cartel que anunciaba algo relacionado con las diferencias y los abusos en el matrimonio. Por primera vez en su vida iba a animarse a asistir. Era una charla gratuita en una asociación de mujeres.
Cuando se lo comunicó a Juan, éste, pese a decirle repetidamente que ella podía tener sus planes y que él la apoyaba, le replicó que eso era perder el tiempo y que ni siquiera iba a hacer ejercicio ni algo que le fuera a sentar bien a ella. Cristina ignoró sus palabras, y asistió a la charla.
Allí empezó a comprenderse. Estaba dando de más. Estaba aceptando un desequilibrio que llevaba mantenido ya un tiempo largo. Y se sentía pequeñita. Y no sentía ilusión por hacer cosas para ella misma.
A su regreso a casa lo compartió con Juan. Él le rebatió que no podía quejarse de marido con todo lo que hacía para la familia. Él le explicaba que no cualquiera renunciaba a su carrera y a un sueldo íntegro como lo había hecho él. Cristina no necesitó mucho más. Le preguntó si estaba dispuesto a equilibrar la situación de tal forma que ella pudiera incorporar tiempo para ella y sus cosas. Aquello no resultó convincente para Juan. Él se mantenía en lo buen marido y buen padre que era.
Cristina no iba a tolerarlo. Ese egoísmo que había descubierto en Juan le había decepcionado absolutamente. Cristina decidió poner fin al abuso. Cristina se divorció.